Por fin alguien se atreve con el humor de ceja alzada. Parece que últimamente los relatos fantásticos van a caballo entre la fantasía erótica personal del autor y un nuevo repaso por Tolkien, que a estas alturas debe estar gruñendo en su tumba y deseando que nadie vuelva a escribir jamás sobre elfos. En serio, ya tocaba una cosa que no fuera un misterioso protagonista metido en tres círculos concéntricos de silencio y con el poder innato de ser la repolla.
La ambientación está bien, no se toma demasiado en serio como para exigir explicaciones y tampoco las da. El mundo es mágico, absurdo y los personajes son un esperpento del mago arquetípico que dejaría a Elminster dándose de cabezazos contra la pared. La prosa está plagada de descripciones, lo cual da a la idea de que la mente del autor es una máquina efervescente de creatividad y desde la primera página está intentando meterte esa rica y enorme porción de tarta que es la trama por la garganta, te guste o no (y te gusta, no digas que no...)
Con todo, un relato interesante y buena carta de presentación para un escritor novel que entretiene nuestra vista e imaginación con una frescura y entusiasmo propios de un nudista trotando por una verde campiña. Chapó, señor