Estas páginas no pretenden ofrecer ninguna novedad extraordinaria sobre la figura de María Callas, sino cubrir un hueco del que la literatura en castellano adolece hace tiempo. Todos los libros publicados en nuestra lengua sobre la "Divina" no contienen más que apologías oficiales, biografías de la “mujer” detrás de no se sabe qué cartón piedra, o, finalmente, innumerables memorias de ex parientes, ex maridos, o ex acompañantes al piano que no aportan nada a quien se interesa por María Callas como soprano: los asertos pseudofroidianos sobre madre e hija, el cuento del patito feo convertido en bello cisne, o el aporte espontáneo de anécdotas particulares a la ya tupida letanía de rarezas atribuidas a la Callas, forman parte de muchas de las cosas, nuevas o viejas, que se dicen, pero el verdadero admirador de la soprano, devoto o no, echará en falta estudios serios, eruditos o no, sobre su canto, o simplemente sobre la huella que ha dejado su arte, demasiado perdido, a lo que se ve, en las ristras de la leyenda. Por desgracia se suelen refugiar algunos de los autores en lo inexplicable del arte de María Callas, pero salvo los dogmas y algún que otro vericueto teológico, creemos, nada hay que no pueda ser descrito y explicado. Y dentro del vasto repertorio de la soprano, hemos sesgado la aportación de la artista desde la perspectiva del bel canto y del neobelcanto, guiados quizás por nuestro gusto particular, más afín a la metáfora y al mito que al realismo, más en concordancia con Rossini que con Mascagni, más entrañable en Donizetti que en Leoncavallo, pero también porque, claramente, este repertorio es el que nos presenta a la soprano en el summum de sus cualidades vocales. Hemos acotado, igualmente, los años en que María Callas poseía, al unísono, no sólo una voz capaz de superar cualquier dificultad inherente al canto, sino una madurez artística sorprendente [...]. Del prólogo del libro.