El padre del surrealismo, André Breton, sostenía que el acto surrealista por excelencia consistiría en salir a la calle armado de una pistola y disparar indiscriminadamente contra la multitud.
La Cuba que nos cuenta Justo Vasco en “Mirando espero” tiene mucho de surrealismo. Y de Bretón. Por varias razones que el lector no tardará en descubrir.
Todo comienza cuando un balazo siega la vida del Zapatero, un sujeto que, desde su silla de ruedas, se había especializado en hacer colas y guardar el turno de quién, disponiendo de unos pesos, no tuviera suficiente tiempo para esperar. Porque en Cuba, esperar, además de ser una forma de vida, es todo un arte. Y una necesidad.
¿Quién mató al Zapatero y, sobre todo, por qué? El policía a cargo de la investigación sabe que la respuesta a la segunda pregunta es el camino para despejar la primera incógnita. Pero no es un camino fácil.
El balazo que desencadena la acción actúa en “Mirando espero” como la piedra que, arrojada a un estanque, provoca una sucesión de ondas que ya no dejan de zarandear a las pequeñas ramas que flotaban tranquilamente, inertes, sobre las aguas calmas. Sobre todo, porque al primer balazo no tardará en seguir un segundo…
Una novela repleta de personajes, principales y secundarios, que sirven a Justo Vasco para tejer un completo mosaico de la realidad cubana de finales del siglo XX en la que nada ni nadie son lo que parecen. Una realidad en la que los límites entre lo legal y lo ilegal, entre lo oficial y lo clandestino y entre lo normal y lo decididamente extraño, bizarro y surrealista se van difuminando a medida que avanza la investigación de un policía que no es ningún héroe, pero al que tampoco podríamos tildar de villano. Al menos, no del todo.