A lo fugaz, pasan las fantasías. Estas corren por la abstracción de nosotros. Nos llenan la conciencia de intermitencias. Se despliegan como lámparas que abren un nuevo cosmos. En esencia, todos sabemos que son entelequias interminables. Hay desde acuarios hasta santuarios de cuarzos. Aparecen por aquí delfines entre muchos corales y algunas sirenas van tocando la lira. Mientras, nosotros los creyentes, nos adentramos a fondo en este espacio, más lo comprobamos con nuestros ojos. Vamos admirando lo majestuoso. En lo bello, descubrimos como estos seres acuáticos, se mueven por eso oceánico. Ellos nadan bajo las olas a fascinación. Con simpatía, los vemos hasta cuando flamean. Después, los colores de las cosas se revuelcan para forjar otra inmensidad. Así entre los instantes, cambia el paisaje a vibración y se da lo presagiado. Del agua nos trasladamos a la tierra. Semejantes nosotros, acabamos cruzando unos torbellinos de arena, ya rápidamente los superamos y nos acercamos a una pradera, cual toda vuelve a espejarse. Al fijar entonces la vista hacia el panorama, comprendemos que hemos llegado a la polis prometida.