Diana Ivizate nos descubre un poemario entregado al amor en todos sus aspectos y recodos, sean estos presentes o ausentes, deseados o desechados, y lo hace en primera persona con un verso ágil, afilado, a veces frío como una sonrisa en la penumbra y otras tórrido y esquivo como son las despedidas de la reflexión. Siendo como es la poesía un sustantivo de género femenino, nuestra poeta no escala en busca de una perspectiva que le permita decidir una mitad. Al contrario, ella se enfrenta a todos los matices del amor desde la experiencia de quien, no solo ha vivido sino que exprime el zumo de la esencia en cada segundo del presente. Sabe que la poesía siempre nos va a dejar en este ahora en el que estamos, y sabe de su magia, del poder que tiene la palabra.
Solo así podemos explicar que nos siga mirando a los ojos del alma, el verso de la poeta Tzu Yeh escrito hace mil setecientos años en China
Ya es de noche otra vez.
Me suelto mi sedoso
pelo sobre los hombros y abro
los muslos para mi amor.
Dime, ¿hay alguna parte de mí
que no sea adorable?
Y que en “La duda” este poema encuentre una respuesta
Nunca serás tan bello como cuando yo
te imaginaba,
ni nublará tu voz mi poesía
como sentí nublarla.
La llama de tu lámpara encendida
morirá con el alba,
no de pensarme a mí,
sino de intentos vanos
para enfrentar la Nada
No pretendamos colocarle una única etiqueta a este libro, puesto que no tiene una fácil clasificación, ni la pretende. Claro que es poesía femenina, porque es una mujer quien la escribe. Claro que el género importa, no puede ser de otra manera, ya que importan los géneros de la intimidad y la poesía es uno de ellos, uno de los más fuertes en manos de quien lo hace valer. En este punto la autora eleva la voz, se queja, llora, ejerce el amor y se yergue porque es ella quien decide y quien manda. A la vez sufre y en vez de esconder el llanto lo convierte en un grito de conciencia. Casi, sin darnos cuenta, nos hace sonreír, le da otro sentido más al humor y al amor, inspirando las “haches” porque no busca en las musas otra iluminación reverente o profética, escribe como se vive; con los ojos abiertos a la vida.
Un poeta se asoma
bajo mi falda, a oscuras…
Y le digo”¿qué pasa? ¿No encuentras la censura?”
Le interrumpen poetas que beben a su lado:
“piedra filosofal has extraviado”
-rien bajo sus barbas, ya ebrios,
y el que buscaba encuentra un hemisferio.
Tal y como le ocurrió a Safo, poeta nacida en el VII a.c., Diana se inspira en un amor libre, sin ataduras ni vértigos, capaz de otorgarle voz propia al deseo pero lo hace como protagonista de los propios hechos, siendo sujeto y luz en un escenario evocado y creíble; real frente al espejo porque el amor no puede ser ocultado, como tampoco lo es la pasión, el sexo o la distancia.
Tienes el látigo entre mis faldas,
me hace cosquillas.
Y presiento que lucharemos esta noche
contra la lógica.
A estas alturas, y bajuras, de prólogo queda claro que tiene el verso de Diana la urgencia del deseo, la pausa del descanso, el sudor de la espuma, el temblor de la luna en el agua, la tensión y el brillo de la piel en la penumbra, pero a la vez la fuerza, la voluntad, la duda y la mentira de la ausencia, porque la poesía nunca nos deja solos ni cuando da un portazo el primer verso.
EN LA FORMA
El poemario se divide en cuatro partes: sufrimiento, en la que se traza la andadura dolorosa de una mujer, entre desencantos amorosos, entregas y maltratos; punto de giro, donde esa mujer entregada al sometimiento inconsciente parece despertar; divertimentos y liberación, a través de los cuales logra vencer a los fantasmas de la sumisión; y finalmente, reconciliación, al alcanzar la paz y reconciliarse consigo misma, con el camino realizado.
Esta mujer que se describe en el poemario es a la vez única y universal –única, porque cada mujer tiene su propia experiencia personal, y universal porque la poetisa no está haciendo un relato autobiográfico, sino que se sitúa en el dolor colectivo y se hace parte de la historia. Entroncado en sus temas de investigación sobre feminismo y estudios de género, esta confesión de Ivizate describe una trayectoria conocida para las mujeres, la trayectoria del sufrimiento, que sólo se alivia con el conocimiento y la paz interior.
Una cualidad muy importante para aliviar ese dolor es el sentido del humor, que se hace patente en divertimentos y liberación, donde la poeta altera los mitos, pone de cabeza los roles de poder, y logra transgredir espacios hasta ahora masculinos, para hacerse dueña de una sexualidad que no le pertenece según los mitos, pero que puede ser femenina si ella así lo decide, por medio del lenguaje y la representación.
Juan Andrés Pastor