En este libro la palabra construye un universo personal que nos permite asomarnos al sentimiento más poderoso del ser humano. Así sabremos que la propia poesía no pide nada a cambio, al contrario, es ella quien nos acoge y nos mece. A la poesía le basta cualquier vida, ya que es ella quien construye nuestra identidad.
Esto lo sabe muy bien el autor de este libro, a quien le gusta llamarse a sí mismo “juntaletras”.Yo creo que lo hace en un intento de restarle importancia a la capacidad de escribir desde el pulso más íntimo del ser humano; ese lenguaje universal que llamamos emoción y que puede conectarnos, en un solo verso, con el sentimiento de quien escribió sintiendo el mismo nudo en el pecho, un verso similar que heredamos cada día. Eso sucede cuando el poema se libra del papel y empieza a ser memoria. A eso algunos críticos lo llaman influencia, cuando solo es latido, expresión y verdad.
Nunca sabremos dónde está el poema más hermoso de la historia, quizás en el pupitre de un estudiante que ha decidido quemar su cuaderno de versos, puede que en una carta de amor de esas que ya nadie escribe, en una servilleta de papel, arrugada en el abrigo de otro invierno. No voy a decir que está aquí, en esta Primavera que florece, porque ni el propio poeta lo ha previsto, tampoco lo pretende. Entonces, ¿para qué o por qué escribimos poesía?
La pregunta redactada de esa manera es en sí misma una celada, una trampa sin salida, un laberinto en el que hasta los espejos pueden devolvernos al principio una y otra vez, en un bucle tan eterno como universal. ¿Para qué nos sirven los versos? Esa debería de ser la cuestión a la que tanto el escritor como el lector tendrían que dar respuesta, en ese ejercicio de sinceridad que debe de ser la vida y por lo tanto el AMOR, escrito así con mayúsculas.
La poesía es necesaria porque la vida misma no alcanza. Esta frase se convierte en una aseveración válida tanto para el emisor de versos como para quien los recibe, porque nos encontramos con dos visiones paralelas de un mismo recorrido iniciático a través de la palabra.
Este poemario de Antonio Martínez Burgui es una declaración de amor a corazón abierto, una constante por los paisajes del interior a través de una ventana abierta por la que entra el aire, la palabra, el color y la vida misma.
Un libro de amor contemporáneo y eterno que nos hace caminar en busca de todas las preguntas que necesita quien está acostumbrado a transitar las veredas de lo bello, sin sombra de duda, con el color claro y luminoso de aquello que es cierto y se comparte.
Juan Andrés Pastor