La poesía se desviste de pudor y de mentira para dejar a la vista el alma, agrupando una colección de sentimientos que se espejan en la voz baja de lo íntimo.
Es igual que cuando un niño te cuenta un secreto al oído, y se protege con la palma de la mano mientras grita que ha visto a una bruja entrar en la misma habitación en la que estáis los dos.
En este caso no esperes a bruja alguna, aunque sí que en el centro de este libro y su atención, está una hechicera de la palabra. Sólo nos vale la segunda acepción*.
Tiene Anna voz de lo que es, poeta para dibujar lo que dice y calla, por lo que cuenta y esboza, por como desenfoca esos paisajes nítidos, rescatando la sombra y la silueta de la palabra cierta y escogida, la que en cada uno de sus versos deslumbra y te hace entornar los ojos y el silencio.