Son las siete y media de la mañana. Puedo ver cómo la ciudad despierta a través de mi ventana. Gris y ventosa, fría. Hace rato que el olor a pan recién hecho se ha apoderado de mi habitación ascendiendo desde la panadería que hay en los bajos de mi bloque. Tras toda una noche en vela, en silencio con mis pensamientos, me reconforta sentir que no estoy tan sola. Hay otras vidas. Ignoran mi existencia, a nadie le importa lo que me pase, tienen sus propios problemas y preocupaciones, pero sienta bien saber que están ahí. Me pregunto si todavía recuerdan. Son las siete y media de la mañana y por fin he encontrado las fuerzas y la inspiración que necesitaba. Empiezo a escribir. A Ángel y a Ana, a Juan y a todos los que tuvieron la culpa.