Después de haber transitado todas las hojas del calendario, sólo queda desprenderse del tiempo, como si se tratara de un pasajero que abandona el destino antes de lo previsto. Sin embargo, la poesía de Iván Mendoza Marrodán, nos permite el regreso, nos ofrece un permiso de vuelta acompañada.
Una vez leídos los almanaques del verso, no hay espacio para la desolación, entendida esta como como una perversión de la soledad que se niega a leer en voz alta. Las construcciones del poeta nos acompañan hacia la reflexión.
Ya sabemos que duele ser poeta, y duele su verdad, duele comprender que el olvido no nos ayuda a sobrevivir, y más sabiendo que recordar es una seña de identidad que nos tatúa la vida y su memoria.
Por eso Iván no busca una poesía etérea que rime con el batir de las alas de ángeles sin vértigo. Nada tiene que ver su escritura con el vacuo silencio de los vientos. No pretende hacernos soñar con rimas blancas y métricas silentes. Persigue lo contrario: despertarnos, haciendo de sus poemas una identidad que eleva la voz más allá de la palabra, sacudiendo conciencias, realidades, denunciando la vida si se atora.
El poeta no renuncia al verso azul y la canción profana, pero eleva la voz, desgarra la armonía, porque coloca al hombre en el lugar de su propia identidad.
Si no hay nada más hermoso que aquello que no sirve para nada, aquí está la poesía de la utilidad, la necesaria. Darle un mueble a Iván, y construirá un árbol, tan amplio como una sonrisa que cobija, tan denso como una verdad que nadie esconde.
Desde hoy todas las hojas del calendario tienen un “re-verso”en sus poemas.
Juan Andrés Pastor