Desde la temprana adolescencia padezco temblor esencial. Las manos me tiemblan constantemente, más la izquierda, aunque se me vea en aparente calma. Yo no sé qué vivencia en particular me dejó temblando para siempre. Manejo varias hipótesis: puede que me mordiera un diminuto ser rabioso, o tal vez escuché un determinado encadenamiento de palabras, en cierto tono, que me envenenó los nervios. Otras veces sospecho que fue un sueño que tuve a los catorce años, y que no recuerdo, o algo que no debería haber visto.
El hecho es que enfermé muy joven, y que la escritura parece formar parte de la enfermedad. La infección se desarrolla a través de la escritura, y a través de ésta busca perpetuarse. Los textos al principio parecen inofensivos, van envolviendo al lector, engatusándolo, de manera que cuando éste empiece a sospechar, cuando tenga una oportunidad de detenerse, no lo hará. Después, el aguijonazo es indoloro (¿verdad?), nada se siente, y ya está hecho. Ya estamos juntos en el escalofrío sin salida.
Ilustración de cubierta de Verónica Leonetti.
Una de esas colecciones extrañas que da mucho gustito leer en la actualidad. La mayoría de los relatos son de unas pocas páginas y tienen más profundidad que cualquier novela.