Cuidado, lector. En estas páginas no se nos cuentan historias: se nos abren puertas para que nos sumerjamos por completo en nuevos mundos, universos propios en los que el terror repta como un perfume sutil o nos golpea con la fuerza cristalina de un gong. La belleza estética va más allá de los hechos o de las palabras utilizadas: es una melodía que concatena las escenas y nos transporta.
Como los antiguos rapsodas, Blanca Libia Herrera Chaves es capaz de construir una mitología propia a través de nuestro mundo más cercano. Si la escuela de Lovecraft creó unos nuevos mitos para abordar los terrores materialistas que afectaban a la sociedad de su época, ella toma la sociedad de nuestra época y la dota de un aura preternatural que sacude al lector, quizás más en la línea de creadores como Barker, pero con una sensibilidad y un estilo propios, menos tremebundos, tal vez, pero no por ello menos profundos en su alcance o menos osados en su comunicación con el alma humana. Lo cercano adquiere una dimensión perturbadora.
Y es que esta colección, no en vano titulada Sala de terapia, tiene su foco en el mismo espíritu humano, en sus ecos ancestrales y en sus dolencias actuales, en las paradojas y sufrimientos del creador y en las vicisitudes de los personajes que sirven de voz a este. No se trata de cuentos que vayan a estremecer al lector por lo que ocurre en sus páginas; al menos, no solo por ello. Porque el meollo está en las resonancias que van a arrancar a su conciencia, en todo eso que la literatura es capaz de traernos cuando es fiel a sí misma. Por eso requerían una pluma como la de Blanca Libia Herrera Chaves, una prosa que no solo plasma cosas, sino que pone a vibrar nuestros resortes más íntimos, aquellos que a veces nos aterra mirar porque su inquietante belleza puede ser la antesala de un pozo insondable.