españolA veces lo llaman realismo mágico, pero no hay que llevarse a engaño. No tiene nada que ver con la magia y no solo es capaz de maravillarnos, sino también de estremecernos. Tampoco se trata de un género literario en realidad, sino de una visión, de una clave para contemplar la realidad desde otro prisma, desde ese que permite encontrar los jardines de senderos que se bifurcan, desenterrar los secretos de las bibliotecas interminables o encontrar los fallos en la matriz.
Aleix Ortuño la tiene, y también la habilidad para compartirla con sus lectores. Es lo que le ha permitido desmontar los resortes del género de terror para volver a montarlo como un reloj nuevo, uno que tiene alma antigua pero el aspecto de un rompecabezas todavía por desembalar.
Las historias que aquí se recopilan se podrían expresar como preguntas trascendentales, tal y como ha hecho el hombre desde el comienzo de los tiempos, pero él ha optado por un lenguaje del aquí y ahora, directo e íntimo como una conversación en un bar, como una confidencia entre niños que despiertan al mundo, misterioso como una adivinanza, travieso como un chiste entre viejos amigos, zascandil como un pase de manos, inquietante como la vida misma.
Porque ahí está la esencia de la desazón que vas a experimentar, lector, si te prestas al juego que esconde entre sus páginas: en la mirada. Esa que compartimos, que todos hemos tenido en alguna ocasión cuando nos hemos cuestionado lo que nos rodea, cuando no hemos podido sustraernos al vértigo que paladeamos un instante al despertar o justo cuando nos vence el sueño. Cuando el suelo parece escamotearse bajo nuestros pies a pesar de que, quién podría negarlo, Todo parece normal.
Ilustración de cubierta de Corominas.