Escapar huele a coches abandonados, a campos atravesados, a polvo de librería de viejo, a amores caducados, a billetes quemados. Huele a vida incombustible que se desenvuelve en los márgenes y en las periferias, alejado de todo centralismo autoritario. Justo ahí nace ese amor eterno por los salvoconductos, por carreteras perdidas que solo pueden ser observadas cuando las recorremos. Pero hoy todos los afectos están siendo dirigidos hacia la detonación de rediles. Nos esforzamos en pintar puertas traseras, iluminar pasadizos secretos y túneles subterráneos que van conformando toda una vida de fugas y ausencias, de líneas curvas que evitan toda cordura constituida.
¿Es ese, realmente, el viaje que queremos hacer como especie?