Antonio Pinto es inspector del Cuerpo Nacional de Policía, o como el mismo se denomina, un humilde cenepero. Reside en el madrileño barrio de Lavapiés, donde ha vivido siempre, a pesar de lo cual disfruta del anonimato proporcionado hoy día por unas calles que atraen a personas de todo el mundo.
Desde que ha entrado en la cuarentena, sin embargo, el inspector siente que necesita un cambio. Aguarda la concesión de un traslado cuando es asesinado un hombre egipcio que vivía también en Lavapiés. El asesinato tiene tintes de crimen ritual, y aunque los jefes policiales consideran que ello no es más que un modo de desviar la atención, acaban recurriendo a Pinto ante las dificultades que presenta el caso y por el conocimiento que el inspector tiene de esta zona de Madrid.
Al asesinato del egipcio sucederán otros que empujarán a Pinto a significarse cada vez más en su barrio, revelando aspectos de su vida profesional que no había debido compartir hasta ahora con sus vecinos. La subinspectora Cristina Gómez, una mujer rigurosa, eficaz y atractiva con quien él no acaba de congeniar, complica la situación personal del inspector, a quien el caso trae constantemente a la memoria un pasaje de su infancia... sin que llegue a recordar cuál.