Icorbeles, ya desde su nacimiento en Edetania, una de las zonas agrícolas de Iberia, parecía claramente destinado por los dioses a ser el Elegido. Aquella noche, las estrellas, como gotas de luz, iban desapareciendo de forma fugaz tras las montañas. Todos lo tomaron como un buen augurio de aquel nacimiento. Con la idea de hacer de él un líder sus padres empezaron a prepararlo para que llegara a ser el que unificara a todas las tribus de Iberia. Para ello aun gustándole estar con la gente y siendo cercano como era, Icorbeles tenía que separarse de todos los demás. Y así lo hace, con la excepción de dos cartagineses que se habían refugiado en su casa: Alorco y Nistán. Y aunque todos los augurios parecían serle favorable, a veces los dioses se nos muestran esquivos e Icorbeles tuvo que aprender cuál era su verdadero mensaje.