Mientras nuestro protagonista disfruta de un café en el centro de la ciudad, sentado frente a la cristalera del bar, y ve constantemente pasar ríos de gente en una y otra dirección, se da cuenta de lo sólo que se puede estar incluso dentro de una gran multitud.
Pero de entre la multitud de repente, ve a alguien, a un viejo de unos setenta años en cuyo rostro cree leer la maldad.
Corriendo como movido por un impulso irrefrenable sale del café y empieza a seguir al viejo al que persigue por callejuelas sin fin hasta que llega a tenerlo frente a frente.