Un miembro de la familia real británica necesita urgentemente una cantidad muy elevada de dinero y la solicita prestada a uno de los banqueros de mejor reputación en los círculos financieros de Londres, presentándose en su casa a última hora de la tarde. Para tranquilizar al banquero cuya obligación es la de garantizar el préstamo, el aristócrata le entrega una corona de esmeraldas o berilos de un valor incalculable para la casa real, pidiéndole encarecidamente que la guarde inmediatamente en su caja fuerte para que no corra ningún riesgo ya que es una de las joyas de la corona británica. Pero al día siguiente cuando el banquero va a buscar la corona para llevarla a la caja fuerte ya no está.