Cuando uno de los forenses de la central descubre que estaba haciéndole la autopsia a su propia esposa, el caso va a parar a manos de Natalia Egaña. En esta ocasión, se trata de los asesinatos de dos mujeres cuyos cuerpos han aparecido en dos canteras de Vizcaya, colocadas sobre una roca como si fueran una ofrenda en un altar, con los cuerpos cubiertos de pintura blanca, las manos y el rostro desfigurados con ácido para dificultar la identificación y con una máscara en la que aparecen unas extrañas inscripciones.
Natalia está convencida de que esos rituales tan elaborados tienen que pertenecer a un asesino en serie, así que, ayudada por Carlos y por Gus, empiezan a investigar. Pronto descubren que el asesino queda con sus víctimas en un hotel de citas, las droga mezclando un antiepiléptico con champán y se las lleva, teniendo cuidado de que ninguna cámara de seguridad pueda captar su rostro.