«Hasta que mis ojos sean incapaces de sostener la mirada del abismo» es el segundo de los diecisiete relatos que componen «Esa gente debería saber quiénes somos y contar que estuvimos aquí (1836-1936): una novela con hipo». Se trata del segundo segmento para una saga histórica que abarca un siglo, en la tradición de «Los episodios nacionales» o «El ruedo ibérico», pero molando mucho más que estas dos juntas, dado que aquí también aparecen zombis, extraterrestres, vampiros, monstruos colosales y demas temibles criaturas, a las que, por cierto, en diversos capítulos también se enfrentan Galdós o Valle-Inclán, además de Emilia Pardo Bazán, Rosalía de Castro, o Pablo Picasso, entre otros ilustres.
En este segundo cuento se empiezan a dibujar ya los nudos de esta ambiciosa red de relatos relacionados, apuntalando la idea de que es el mejor, más importante, relevante y trascendente proyecto literario que se ha emprendido jamás en cualquier lengua.
Nos encontramos a José de Zorrilla y Moral, quien sustituyó a Larra, protagonista del primer episodio en el periódico El imparcial e intervino en su entierro pronunciando un discurso. Tambien a José de Espronceda quien en aquel momento era embajador de España, con una misión que proponer a su joven amigo. Veremos de nuevo al capitán de mosqueteros aparecido en la primera entrega y ese sello masón que parece estar en todas partes solo a medias escondido. Sabemos que se dijo que Espronceda murió de difteria, más o menos en esas fechas, y Zorrilla más de cincuenta años después, por un tumor cerebral, pero descubriremos, bajo los cielos de Madrid, qué ocurrió realmente.
El presente texto fue premiado y seleccionado en un concurso dedicado al horror cósmico convocado desde Internet del que al talentoso autor no le da la gana decir el nombre. Las bases establecían que aparecería en una antología, que finalmente no se publicó nunca, pero si sirvió para impedir que el relato pudiera presentarse en otras convocatorias.
Esta es, pues, una oportunidad única para leerlo.